
Hace algunos años, un 25 de
diciembre, temprano por la mañana, recibí una llamada que perturbó enormemente
esa Navidad. Era un querido amigo mío, que con la voz entrecortada, me
solicitaba ayuda, dos de sus caballos yacían al lado de la carretera,
gravemente heridos. ¿Qué había ocurrido…? Poco después supe en detalle la
triste historia.
Cuando llegué donde me indicaron,
vi a los dos nobles potros en una escena sacada de una película dramática, los
pobres animalitos estaban todos maltrechos, heridos de muerte, agonizando.
Habían sido atropellados por un bus. No pudimos hacer nada más que
sacrificarlos humanamente y sacarlos de su sufrimiento lo antes posible.
La noche anterior, un grupo de
familiares se había reunido para celebrar la Noche Buena. Pasadas las 12 y luego de los abrazos, tal y como acostumbran
muchas personas, se juntaron fuera de casa para prender los fuegos artificiales
que habían comprado para la ocasión. Seguramente fue espectacular, hermosas luces
de todos los colores y formas en el cielo, iluminando la noche. Pero sus
caballos percibieron todo de una manera distinta, entraron en pánico y,
rompiendo todo cuanto los ataba, huyeron. Salieron corriendo desbocados por el
miedo, “tratando de salvar sus vidas”. Lamentablemente en su huida, cruzaron
una carretera, con tal mala suerte que fueron atropellados por un bus
interprovincial que pasaba por ahí justo en ese preciso momento.
Nunca me había percatado, hasta
ese momento, de cuan perturbador era el tema de los juegos pirotécnicos para la
vida de los animales. Mientras nosotros los humanos celebramos, hay otros seres
vivos que no entienden que ocurre, no tienen la capacidad de comprender esas
cosas, sus cerebros son mucho más básicos.
En este caso, me voy a enfocar en
los caballos, ya que son los animales que conozco profundamente; aunque estoy
seguro que algo muy parecido ocurre en la mente de muchos asustados animalitos.

Quién se quedó a evaluarlo,
intentando responder esa pregunta, se convirtió en “cena” del depredador de
turno. Esto quiere decir, que el gen que se transmitió a la siguiente
generación fue el gen que “indicaba la orden” de huir ante el peligro, o mejor
dicho, todo lo que pudiera ser, o parecer, peligroso. A ojos del caballo, todo
lo que no conoce es potencialmente mortal y él tiene en la cabeza solo dos
cosas, comer y no ser comido. Así de básico es el cerebro de un caballo.
En algunas zonas del Perú llueve
mucho, ¿Y qué acompaña siempre a la lluvia? Pues, truenos. He visto a muchas
personas temer a los truenos; a pesar que entienden perfectamente lo que son y
que no hay forma en que puedan ser dañados por ese ruido. Conozco gente que
tiene fobias, no solamente fobia a una serpiente o araña venenosa, potencialmente
mortales, sino también gente que le tiene fobia a un gato o a los espacios
abiertos (y un sinfín de cosas, que a la vista de muchos pueden parecer
risibles) El cerebro sigue siendo un complejo laberinto de cosas que no hemos
logrado entender todavía, y si eso nos pasa a los humanos, los seres vivos más
inteligentes del planeta, imagínense lo que puede ocurrir dentro del cerebro de
los animales “inferiores”.
Con todo esto no quiero, sino
decirles, que nos pongamos a meditar por un momento en lo que puede “pensar” un
caballo cuando oye y ve fuegos artificiales:… Seguramente, PÁNICO.
Para tratar de entenderlos mejor, Imaginémonos la siguiente
situación:

De pronto, sentimos un escalofrío
que recorre nuestra espalda de arriba a abajo, es solo el gélido viento que
trae consigo un fuerte y lastimero ruido, pero igual se nos crispan todos los
pelos de la nuca.
Las sombras no dejan de moverse,
los chicos dentro del carro comienzan a gritar:
-¡Apúrate papá, tengo miedooo!.
Nos apuramos en sacar el
repuesto, en ese momento sentimos que nos tocan levemente la espalda,
uuuuuuuuy.
Nos giramos violentamente, solo
para percatarnos que todo es solo producto de nuestra imaginación, la situación
ha comenzado a afectarnos.
Justo cuando logramos ajustar el
último perno de la llanta, oímos unos perros no muy lejos de ahí, ladrando y aullando;
nuevamente se nos eriza el pelo de la nuca, no podemos evitar mirar al
cementerio con algo de desconfianza.
Nos metemos en el carro, apurados
y con el aliento contenido. Justo al momento de encender el vehículo, oímos un
intenso ruido mientras una penetrante luz ilumina todo a nuestro alrededor. No
podemos ver bien, la luz nos ciega, parece que viene de arriba.
-Oh Dios mío, lo que siempre
temí, ¡Terroristas! ¿Ahora qué hacemos? ¿Por dónde huimos? ¿Nos van a matar?.
Los chicos gritan con pavor.
Los chicos gritan con pavor.
- Aaaaah, ¡Papá!
-¡Cristo, ayúdame, no dejes que
nos maten; Dios mío, mis hijos!…

Somos seres inteligentes, pero
igual, en algunas ocasiones nuestro instinto de supervivencia cobra protagonismo y se apodera de
nuestro cerebro, la lógica pasa a un segundo plano, no hay tiempo para pensar,
solo actuar…
Los caballos viven en ese estado permanentemente,
temiendo a todo y a todos. Todo lo que no conocen es un depredador (Un terrorista que nos quiere secuestrar o asesinar), solo se
sienten seguros dentro de su manada y bajo el mando de un confiable líder que
vela por ellos permanentemente; todo lo demás se los quiere comer. ¿Se imaginan
vivir en ese estado? Por eso son tan asustadizos.
Además debemos considerar que los
caballos (y muchos otros animales) tienen el sentido de la vista y del oído sumamente desarrollados, los necesitan así de agudos para ver y oír a sus depredadores lo
antes posible y ganar tiempo para poder huir. Los fuegos artificiales no solo
los aterrorizan, sino que además lastiman sus agudos sentidos (incrementando el
intenso miedo que ya los invade)
En resumen, los juegos
pirotécnicos, por hermosos que sean (yo también creo que lo son) no solo son un
peligro latente para nosotros mismos, sino que perturban a los animales en
formas en que no siempre somos conscientes. Entiendo que a muchos no les
importará u olvidarán lo que menciono y seguirán usando fuegos artificiales, pero por algún
lado hay que comenzar. Espero que por lo menos uno de ustedes lo
piense dos veces la próxima vez que considere comprar algún juego pirotécnico, si
consigo eso, estaré más que feliz. Es un gran cambio el que ambiciono, lo sé, pero
estoy seguro que paso a paso es posible, comencemos a producirlo nosotros, los
que vemos a nuestros queridos animales como parte de nuestra familia, los que
queremos a nuestros amigos animales, en algún momento contagiaremos a alguien y
seremos cada vez más los que no usemos fuegos artificiales.
-¡Si se puede, si se puede, si se
puede!
Un gran abrazo y hasta la
próxima.
Dr. Rafael O'Phelan